Otra vez la vi, la chica de los dibujos en la iglesia. Puede que tenga unos 13 a 15 años, pero ¿quién sabe? La gente me dice que parezco que tengo menos edad.
Su familia estaba allí, abuelo, abuela y su mamá. Edades, generaciones distintas.
De momento cerraba la libreta y atendía lo que decía el diácono, pero evidentemente su mente andaba por otros lugares. Tiene pelo marrón oscuro y lleva anteojos.
Así era yo, la mente en las nubes y así sigo siendo. Al menos la chica nutre una destreza hermosa: el dibujo a mano, lápiz y libreta.
El diácono hubiese sido sacerdote, predica muy bien, con intelecto, como un hombre que ha leído y entendido mucho. Me recuerda a mi padrino de confirmación, nombrado como el Salvador.
El mensaje era uno de esperanza, de lo poco Dios lo multiplica; de Generosidad y de abrir el corazón.
La chica sonríe poco, inhibida, ¿tímida?
El señor que llevo viendo por años, al quien nunca le recuerdo el nombre, la saludó y le echó la bendición.
La repostería, unos dulces para la tía. La primera vez en la iglesia solo ella y yo. Un joven, cuyos padres perdieron su hogar, que llevaban construyendo desde jóvenes por un Siniestro, me cuenta acerca de la Tragedia.
Nos marchamos y me senté a leer.